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La aceptación no es un paso.

Como sucede con todas las palabras de las que abusamos, me parece que de una forma vertiginosa, el concepto de aceptación se está desvirtuando.

Tendemos a simplificar en exceso las cosas, seguramente desde una posición desesperadamente optimista. Deseamos que la aceptación (o cualquier otra estrategia que recibimos) sea rápida, efectiva y fácil.

Y con esto no quiero decir que la aceptación tenga que ser difícil o lenta, pero seguramente no será tan mágica como desearíamos. La aceptación no es un paso, es más bien un camino.

Antes de continuar, creo que resulta relevante ofrecer una descripción más allá de la palabra. Podemos entender la aceptación como “dejar de luchar, de huir o de proteger”.

Muchas personas me preguntan “¿cómo lo acepto?” como si la aceptación de un pensamiento, emoción o incluso circunstancia fuera un paso, un instante. La aceptación es más bien un camino, un recorrido.

Permíteme otra metáfora. La aceptación sería como un electrodoméstico, por ejemplo una cafetera. Es cierto que una máquina compacta con una función clara y sencilla, hacer café. Pero si la analizamos, la descomponemos, si abrimos la tapa que protege el mecanismo, encontraremos múltiples componentes (que además podemos encontrar en otros aparatos) que asociados de una determinada forma dan como resultado que la máquina nos ofrezca de forma sencilla un excelente café.

Si descomponemos la aceptación nos encontraremos que son necesarios múltiples elementos para dar como resultado eso tan aparentemente sencillo y fácil, la acaptación.

Steven Hayes, en su libro “una mente liberada” resume los elementos de la terapia de Aceptación y Compromiso, ACT, en 6:

  1. Defusión: mantener la mente a raya.
  2. El yo: el arte de tomar 
  3. Aceptación: aprender del dolor
  4. Presencia: vivir en el ahora
  5. Valores: decidir qué nos importa
  6. Acción: comprometerse con el cambio

Y cada uno de estos factores que nos impulsa a la aceptación está descompuesto en múltiples estrategias concretas para que la persona pueda acercarse a la aceptación como resultado de la práctica y no del deseo o de repetírselo insistintemente.

En resumen, la aceptación es la consecuencia de un recorrido, de la aplicación de diversas estrategias y perspectivas que el terapeuta trata de ofrecer de la forma más amable y sencilla posible. 

La aceptación no es el resultado de una decisión voluntaria y consciente, yo no puedo decidir “aceptar” esto o lo otro, pues como ya he comentado, la capacidad de influir deliberadamente en mi sistema nervioso autónomo es muy limitada.

Adictos al bienestar.

Los pequeños placeres de nuestro día a día eran, no hace demasiadas décadas, los grandes placeres de un año o una vida. Y nos felicito porque sea así.

Pero esto tiene un efecto curioso sobre nuestro sistema nervioso. 

Aunque lógicamente creemos que debemos estar satisfechos y contentos por la calidad de nuestra casa. Lo cierto es que tanta tasa de refuerzo positivo, de bienestar, de gratificación nos puede convertir en adictos al bienestar. En lugar de contentarse, de darse por satisfecho, a medida que aumenta la gratificación, aumenta la necesidad de mantenerla y de aumentarla.

El mejor ejemplo lo vemos con l@s niñ@s. Es común entre los padres la experiencia de ofrecerles un día especial, de hecho una vida especial, y en ocasiones, tras muy buenos ratos, los niñ@s parecen tener más facilidad para estar enfadados. De esta forma están pasando su “mono”, y nos están expresando, “necesito más de esto”.

Por ejemplo, los llevas a un parque de atracciones, y todo bien, mucha ilusión y emoción, que puede acabar volviéndose en contra. Pueden empezar a pedir golosinas, comer fuera, un juguete, más tiempo en las atracciones cuando cierra…. Y un día maravilloso se acaba convirtiendo en un momento de tensión para frustración de los padres.

De alguna manera, veo que a muchos adultos con buena calidad de vida, nos pasa un poco lo mismo. Queremos estar mejor, siempre con la atención puesta en lo que podría ser mejor, en lo que podría tener. Siempre con “mono” de más y mejor.
La paradoja de cuanto más tengo, más necesito.

Aunque no sea una receta perfecta, el “gracias” por las cosas que sí tengo, por las cosas que sí funcionan en mi vida, parece ser un buen contrapeso. Una forma consciente de equilibrar la tendencia de nuestro sistema nervioso a querer más bienestar y placer cuando ya ha tenido una buena dosis.

Espiritualidad y capitalismo

Convivimos con una mente condicionada por la sociedad capitalista que entiende nuestra vida como una empresa a la que tratamos de exprimir obteniendo el máximo beneficio con la mínima inversión. Podríamos denominar a este modelo vital “la trampa de la felicidad”, mínimo malestar, máximo bienestar.

Como consecuencia, siempre estamos especulando qué beneficio nos puede aportar todo lo que llega a nuestras manos. 

Así, cuando accedemos a la espiritualidad creemos que ahora, por fin, la vida irá bien, estaré bien. Además, esta fase está acompañada de una especie de soberbia y de clasismo. Diferenciamos entre los que conocemos la verdad, los sabios, y los “otros”, los ciegos.

En esta primera fase, podemos creer que ya tenemos la clave que nos permite entender porqué las cosas no son como queremos, porqué no nos sentimos bien. 

Además, está todo el marketing capitalista de la espiritualidad, que se encarga de señalar los motivos, culpabilizándote, por lo que tu vida no es como tu quieres, como te mereces. Y lo asumimos, y trabajamos con empeño en solucionarnos, y en la mayoría de los casos, con tal ímpetu y crueldad hacia uno que el malestar puede aumentar.

Quizás nos quedemos enganchados en esta fase para siempre, culpándonos por no ser capaz de crear lo que otros están consiguiendo (aunque los índices de malestar psicológico no paran de crecer), o quizás abandonemos la espiritualidad por inútil.

Pero, con suerte, podemos trascender esa fase de espiritualidad capitalista y dejar de utilizarla para estar bien, para que te vaya bien. 

¿La alternativa? Aprender a estar en paz con lo que la vida es, con lo que tú eres. 

Todo este recorrido lo conozco bien, pues lo he observado en mí, y lo observo en todas las personas espirituales durante, al menos, un tiempo.

La psicoterapia como oficio.

Considero la psicoterapia un oficio en el sentido más tradicional. Una tarea artesanal, personalizada basada en una serie de aprendizajes previos que me sirven para darle forma a la terapia, pero siempre dispuesto a adaptarla en función del material con el que trabajo, en este caso, la otra persona.
No hay dogma, no hay premisas fijas, no hay conocimiento o soluciones preestablecidas que te pueda ofrecer.
Por eso, en terapia necesito conversar contigo un rato, para observar el ser humano que tengo delante y tratar de captar lo que puedas necesitar, no siempre lo consigo.
Por eso, las formaciones que ofrezco son para pequeños grupos en los que poder practicar, entrenar y aprender el oficio, al más estilo clásico.

Autorregulación

Podríamos definir la autorregulación como la capacidad de sentirse seguro cuando me siento mal.

Tod@s nosotr@s desearíamos no sentirnos mal, especialmente cuando la emoción desagradable nos visita.
Lamentablemente el malestar parece ser parte inevitable de la vida en algunos momentos.
Siendo así, el reto deja de ser evitar el malestar para aprender a experimentarlo de forma segura.

Aquí un breve esquema de estrategias posibles:

  1. Distanciarnos con la emoción, 
  2. Darnos cuenta que la emoción es una reacción fisiológica localizada en el cuerpo,
  3. Mantener el contacto con el yo,
  4. Identificar la intención protectora del estado emocional desagradable,
  5. Revisar nuestra historia con esa emoción para entender porqué nuestra relación ha llegado a ser la que es,
  6. Entrenar la experiencia de tener la emoción de forma segura. 

En paz con Lo Que Soy

No tengo éxito ni fama.
No tengo lista de espera, más bien lo contrario, una economía modesta, que en ocasiones depende de quien me quiere para sobrevivir.
No soy ejemplo de nada. 
Todo eso me hace sentir que nadie me va a querer ni elegir, y mi mente vive todo esto como un problema, y me acusa de no ser suficiente.

Pero, he aprendido a ver esos pensamientos y emociones de incapacidad y limitación, como una motivación agresiva para obtener mejores resultados y, supuestamente gracias a ellos, esa sería la prueba que soy mejor, «soy mis resultados».
He aprendido a agradecer su empeño, su intención sus deseos de que sea “mejor”, y así me elijas.
He aprendido a no tomármelos en serio, a no asumir que me reflejan, que eso no soy yo.
Y os lo confieso, cuando me distancio de esa vorágine, puedo ver que soy un BUEN PSICÓLOGO.
Ni siquiera me importa cómo de bueno, ni compararme con nadie.
Me siento en paz con el profesional y la persona que soy, reconociendo mis virtudes y mis limitaciones.
Disculpad mi aparente falta de modestia.

Aceptar lo que soy

Una parte importante de “aceptar lo que soy” es observar y desenmascarar ese discurso interno que me repite insistentemente lo que tendría que ser, lo que tendría que estar haciendo, lo que debo conseguir.

Una parte importante de “aceptar lo que soy” es recibir ese discurso como amoroso, pues su único interés es que sea feliz, y para lograrlo me recuerda insistentemente los parámetros que les han servido a personas que quiero y valoro.

Una parte importante de “aceptar lo que soy” es que esos parámetros no son los míos, respetando que puedan ser los de otros.Una parte importante de “aceptar lo que soy” es arriesgar a utilizar estrategias diferentes a las que les han sido útiles a otras personas de mi entorno a las que quiero y valoro.

Una parte importante de “aceptar lo que soy” es abrirme a desorientar a esa parte protectora y conservadora, y tratarla con cariño compasión, pues sólo está asustada y desea volver al camino familiar, al caminar conocido.

Rottenmeier vive en mí

Una Rottenmeier vive en mí, y me llama “Miguel Ángel”, la mayoría de personas de mi entorno más próximo me llaman “Míguel”.
Probablemente lo hará durante toda mi vida. Pero me decido a conocer, y reconocerla como uno de los personajes que me habitan.

Gracias a eso, aprendo a distanciarme, a darme la oportunidad de YO no ser ella.
Antes, me inundaba, me convertía en ella cada vez que venía a visitarme. Ahora tiene menos poder gracias al la distancia que hemos creado.
La distancia es fruto de una actitud cuestionadora de mi discurso interno y de una observación constante.

Os cuento esquemáticamente lo que procuro hacer cada vez que aparece.

  1. Identificar qué tiene que ha pasado para que aparezca este personaje, y siempre es lo mismo. Algo no ha salido tan bien como hubiera deseado. En especial me sucede cuando alguna visita no fluye o cuando la evolución de alguna persona a la que acompaño se estanca.
  2. más allá de las formas rudas de Rotenmeier, percibir su bondad y cuidado, tratando de hacer de mí una mejor versión. Su estrategia es identificar, localizar lo que hago bien para que de ese análisis surgen soluciones.
  3. Agradecer todas las veces que me ha sido útil y me ha dado el empujón necesario para seguir adelante. Rottenmeier ha formado parte de mi visión crítica y constructiva de los métodos terapéuticos y me ha empujado a descubrir nuevos enfoques.
  4. Renunciar al objetivo que yo mismo creé un día, “poder ser un terapeuta perfecto, capaz de ayudar a cualquier persona, en cualquier circunstancia”. Normalmente lo hago con una frase que conecte con Rottenmeier y la ayude a calmarse, por ejemplo “acepto, entiendo y respeto que no soy capaz de ayudar a todo el mundo en cualquier circunstancia, pero me parece bien revisar qué está pasando para ver si puedo mejorar de alguna manera, y respetarme si no lo sé hacer. Llegados a este punto, seré transparente y honesto con la persona a la que acompaño”. Así aunque revise la situación, ya no tiene la presión, la urgencia de ser resulta.
  5. observar si Rottenmeier tiene réplica en esa situación concreta y volver a la fase 1, identificar para qué me dice eso.

Los pensamientos no son negativos

Miguel Ángel Manzano – Doctoralia.es

No son negativos, sólo desagradables.

Muchas personas viven en lucha con ellas mismas porque se ven a sí mismas como pesimistas, negativas, y quieren cambiar esa forma de ser. Siempre que alguien me plantea esta situación le explico la siguiente historia.

Socialmente, se entiende que existen algunas experiencias que suceden dentro nuestro que son negativas y otras positivas. Es muy frecuente escuchar hablar de pensamientos negativos, como si de alguna manera esos pensamientos fueran dañinos o perjudiciales para la persona que los experimenta.

Seguramente algunos de los lectores no entenderán en este momento este mensaje, asumiendo que les hacen sufrir de manera considerable y que les condicionan la vida. Y por supuesto, que no vengo a ponerlo en duda. Pero también es posible que esas consecuencias sean debidas a percibirlos como negativos, como si fueran más importantes de lo que son, es decir, pensamientos. Y que, tales consecuencias no sean causadas directamente por los pensamientos, sino, de qué hace la persona al experimentarlos.

Para empezar a aclarar lo que intento transmitir, la primera pregunta es: ¿Y si lo que valoramos como negativo simplemente es desagradable? Cuando algo es peligroso lo intentamos poner a una distancia prudencial, mientras que si es desagradable, lo que hagamos dependerá de las consecuencias que se deriven.

¿Qué significa que los pensamientos sólo son pensamientos?

Plantéate lo peor que se te puede pasar por la cabeza, lo que querrías que sucediera. ¿Haber tenido ese pensamiento lo hace realidad? Particularmente creo que no, porque los pensamientos no pueden influir en el mundo, salvo a través del comportamiento del humano que los experimenta.

Si el humano se los toma demasiado “en serio” intentará alejarse de esas experiencias y eso tendrá una repercusión en su vida; en cambio si simplemente identificara el pensamiento y lo dejara pasar (asumo que aprender esta habilidad es complejo) quizá todo iría mejor.

Como también nos han dicho que los pensamientos y emociones provocan el comportamiento, uno se comportará de forma coherente con lo que sienta o piense, ¡aunque podría hacerlo de otra manera! Y es de esta manera como nuestros pensamientos y emociones nos condicionan, pero recuerda, no pueden actuar en el mundo, salvo que nosotros se lo permitamos.

¿Porqué no son negativos?

Los pensamientos y las emociones es la manera que tiene nuestro organismo de intentar influir en nuestras vidas. Pero sus premisas son, en ocasiones, diferentes a las nuestras. Mientras que el organismo sólo está pendiente de aumentar el bienestar, y en especial, de eliminar el malestar, nosotros tenemos unas expectativas que pueden ser contradictorias con los intereses del organismo.

Y es entonces cuando nuestro organismo muestra su opinión generando una llamada de atención, el malestar. Pero lo importante es qué me está transmitiendo mi organismo que haga con mi vida. ¿Cómo me propone este pensamiento o emoción que me comporte? Nuestra tarea como humanos es discriminar si seguimos el consejo de nuestro organismo, o si puntualmente decidimos ir en otra dirección para alcanzar nuestros objetivos.

Para entender esta relación del ser humano con su mente, me gusta poner el ejemplo de una madre sobreprotectora. Cuando ve que su hijo hace algo nuevo, o asume algún tipo de reto, es posible que le llame la atención sobre la dificultad que pueda tener. Como si le estuviera diciendo: “para que te vas a liar, que lo vas a pasar mal”. Pero todos sabemos que la mejor manera de querer a alguien no es eliminarle todo el malestar, sobre todo, porque es un objetivo imposible.

Aprender a relacionarte con la mente, es verla como un buen amigo o amiga, que nos quiere mucho y siempre nos aconseja lo que considera mejor para nosotros. Mostrándonos sus opiniones de manera contundente, felicitándonos cuando lo considera y regañándonos en otras ocasiones. ¿Nos enfadamos con esos amigos? ¿Los consideramos amigos negativos? En general, aunque a veces nos causen dolor, entendemos que incluso cuando no estamos de acuerdo con ellos, todo lo que hacen es por nuestro bien. Pero también vale la pena recordar que ellos tienen todo el derecho a opinar, pero cada uno tenemos derecho a elegir nuestros propios riesgos, retos, incluso a pesar de los demás.

Si no nos enfadamos con nuestros amigos cuando nos hacen sufrir, y nos dicen lo que no queremos escuchar, ¿por qué hacerlo con nuestra mente? Si la mente, como los amigos, nos hace ver cosas que no habíamos tenido en cuenta podemos cambiar de idea. Pero si nos plantean cosas que ya hemos considerado, o que no de suficiente peso para nosotros ¿por qué cambiar de idea? Le damos las gracias por su opinión, le hacemos saber que contamos con ella, y dejamos que ese pensamiento o emoción se vaya, tal y como ha venido, y que deje espacio para otra nueva. Y detrás de cada experiencia allí estarás tú, para decidir qué hacer.

 

 

 

La máquina de los pensamientos

Miguel Ángel Manzano – Doctoralia.es

La máquina de los pensamientos

La máquina de los pensamientos es una manera que pretende ser “divertida” de nombrar a la mente. La denomino máquina para deshumanizarla. ¿y por qué? Porque en ocasiones nos culpabilizamos o enfadamos por pensar de determinada manera, pero en realidad es la máquina de los pensamientos la que nos ofrece esos pensamientos.

¿Cuál es la función de esa máquina?

La mente forma parte del complejo organismo del ser humano, y todo ese conjunto tiene una función muy clara, la supervivencia. Desde la aparición de la vida en el mundo toda la evolución ha estado al servicio de la mejor adaptación del individuo a su entorno. Por tanto, durante milenios de evolución los organismos se han vuelto más eficaces para conseguir este objetivo.

La mayoría de las personas aceptan que el cuerpo humano es como es porque es la manera más óptima de supervivencia (dedo oponible, bípedos, etc.). ¿Y si la mente es como es porque es la forma más útil de la supervivencia? ¿Y si la mente humana no es más que una máquina que tiene como objetivo fabricar supervivencia?

Planteo esto porque durante mucho tiempo se ha defendido que mente y cuerpo son entidades diferentes. Pero quizá sólo lo son en apariencia y no en función, porque los dos trabajan a la par para conseguir que el ser humano sobreviva.

Sabemos que son un todo porque funcionan de forma conjunta. Es muy complicado que una persona experimente preocupación intensa sin que su cuerpo se active. De la misma manera que si nuestro organismo por los motivos que sea se activa, es prácticamente imposible que nuestra mente se esté dedicando a recordar de manera fluida las mejores vacaciones de nuestra vida.

Frente a una situación que es percibida por todo el conjunto del organismo como un potencial peligro, nuestro cuerpo reacciona activando lo que denominamos ansiedad para favorecer la respuesta de lucha o huída. De la misma manera en ese tipo de circunstancias la mente lo que hace es aportarnos los pensamientos que incluyen soluciones.

¿Dónde está el problema?

En que a veces los pensamientos que nos ofrece la mente con ánimo de protegernos son desagradables, igual que en ocasiones las sensaciones de la ansiedad también lo son. Pero eso no quiere decir que sean negativos, porque la mente siempre trabaja a favor de nuestra supervivencia.

Aprender a reconocer los grandes esfuerzos que hace nuestra mente para mantenernos sanos, puede hacer que no nos moleste tanto cuando para intentarlo nos ofrezca pensamientos que son desagradables. Aprender a ser agradecido a la mente por sus intenciones puede hacer que la convivencia inevitable con ella sea mucho más amena, por más que en ocasiones sus intereses sean diferentes de los nuestros.

¿Puede tener la mente intereses distintos a los nuestros?

Aunque pueda parecer extraño lo cierto es que podemos experimentar en nuestro interior incoherencia (de hecho es lo que experimentamos todos en un momento determinado y de manera más intensa las personas que sufren un trastorno psicológico). Esta incoherencia es fruto de intereses puntuales distintos, por un lado tenemos a un ser humano que pretende conseguir sus objetivos vitales, y por otro la máquina de los pensamientos, intentando que el mismo ser humano se ahorre cualquier tipo de malestar. Supongo que el conflicto es evidente; es difícil que un ser humano no se tenga que enfrentar a algún tipo malestar (más o menos intenso) para conseguir sus objetivos. Y cuando ese mismo ser humano se proponga intentar luchar por sus objetivos ¿qué hará el organismo? Pues sí, protestar, y lo hará desde dos frentes complementarios. Desde el cuerpo mediante la reacción emocional, y desde la mente presentándonos una serie de alternativas o pensamientos que nos intentan “convencer” de que desistamos de nuestro intento.

Otras ocasiones cuando ha sucedido algo indeseado nuestra mente intenta que no tengamos que hacernos cargo y se dedica a intentar resolverlo. A veces esto es muy útil y podemos cambiar las cosas para que lo que sucediera en el pasado no tenga mayores consecuencias, pero otras cuando nada se puede hacer, puede pasar que la mente se dedique a intentar ¡cambiar el pasado! Y obviamente no se puede conseguir. No parece buena idea enfadarse con la máquina de los pensamientos por ofrecerte una gran cantidad de pensamientos sobre qué se podría haber hecho o como sería las cosas si no hubieran sucedido, porque a fin de cuentas lo único que pretende es que el ser humano haga algo para cambiar las cosas.

Cuando la mente nos quiere sobreayudar y nos genera situaciones imposibles (cambiar el pasado, evitarnos malestares inevitables, etc) el reto es educar a la mente para hacerle “entender” que no vamos a destinar más tiempo a esfuerzos que si bien serían muy interesantes si fueran productivos, pero que nos impiden vivir con calidad de vida, o afrontar nuestros retos personas.

Y esto es lo que persigue la terapia reaprender a relacionarse con los pensamientos, de tal manera que seamos conscientes de las “buenas intenciones” de nuestro organismo pero sin tener que ser siempre coherente con lo que sentimos o pensamos.