Miguel Ángel Manzano – Doctoralia.es
A pesar que hace siglos que abandonamos el geocentrismo a favor del heliocentrismo, no sin dificultades, parece que ese conocimiento no ha traspasado al conocimiento sobre la conducta humana.
Y es que, las propuestas teóricas y terapéuticas parecen recaer en considerar al individuo el centro del universo, egocentrismo, al menos de su universo (como si hubiera más de uno).
Podríamos resumir esta postura egocéntrica en que la motivación que surge dentro del individuo es la que lo mueve, y es el propio individuo el responsable de generar y gestionar esa motivación.
Al intentar detallar estas explicaciones vemos que regresamos a las explicaciones mitológicas, y es un Dios, antes llamado Zeus, ahora llamado mente, quien gobierna nuestro universo desde nuestro interior, y para ello dispone de una serie de dioses menores que se ocupan de diferentes áreas, confianza, autoestima, motivación, etc.
Y el individuo realiza una serie de ofrendas en forma de pensamientos positivos, de hábitos saludables, de iniciativa forzada frente a la vida…
Pero como en la mitología, a la hora de explicar de donde surgen y como actúan esos dioses, que podemos concretar en pensamientos y emociones, las diferentes teorías parecen poco fundadas. De ahí la enorme cantidad de enfoques que parcialmente sirven para describir parte de la conducta humana, como hacía con el cosmos en su momento el geocentrismo.
Observemos la teoría psicológica más defendida en la actualidad, que afirma, resumiéndolo, que los pensamientos generan las emociones, y estas determinan la conducta. Aunque es una observación que se puede validar constantemente, esta teoría no explica porqué algunos pensamientos si movilizan y otros no. Tampoco asume que se puede no hacer lo que un pensamiento te indica. Es decir, que no ayuda a explicar de raíz la conducta humana, ni facilita la influencia ni el pronóstico de la conducta, como sucedía con los métodos geocéntricos, que aunque describían el movimiento de los astros, siempre encontraban aspectos que no explicaban o excepciones que no encajaban en la teoría.
Parece que como siglos atrás, nos cuesta renunciar a la sensación de ser únicos y estar en el centro de universo, aunque sólo sea en el centro de ese universo personal.
Y nos resistimos a aceptar que somos un objeto en movimiento, un objeto más que una persona, describiendo una órbita y que nuestra vida está determinada por las fuerzas a las que nos vemos sometidos en ese desplazamiento. Que al entrar en contacto con otro “planeta”, otro ser humano, podemos variar nuestra órbita, o la velocidad. Y como resultado nuestra vida cambia, sin que haya mediado nuestra voluntad, ni esfuerzo, ni intención.
Nos negamos a asumir que lo que sucede dentro nuestro, esos dioses, son las consecuencias de ese desplazamiento. Es la forma en que en nuestro interior se procesan las fuerzas a las que constantemente estamos sometidos.
Mientras pensemos que ese dios llamado mente, que es abstracto, difuso y de difícil explicación, es el que provoca el movimiento de nuestras vidas, seguiremos en el egocentrismo, obviando que en el mejor de los casos, la mente, sólo procesa la información de ese movimiento creado por fuerzas generadas entre objetos, como sucede en el resto del universo. Y tendremos que complicar cada vez más la teoría para encajar las excepciones que se dan.
Por otro lado, podríamos denominar al planteamiento externo a la persona, enfoque contextual, pues pone el foco en las circunstancias en las que se da la conducta para ese objeto humano en concreto.
Más allá de la psicología, sucede lo mismo con la espiritualidad, que viene a apelar a esa motivación que es el espíritu, y que se supone debes encontrar dentro tuyo. Sería como Júpiter o Zeus, que son lo mismo pero en diferentes culturas. Diferentes nombres y formas para finalmente plantear lo mismo. En psicología estaría la mente y en la espiritualidad el espíritu.
También a Júpiter, como a Zeus, y sus dioses se les hacen ofrendas no comiendo determinados elementos, renunciando a determinadas prácticas, obligándose a otras, rigiéndose por una moral y reglas preestablecidas, esperando que el espíritu esté en paz…
Plateando que si conectas con tu espíritu tu vida será más armoniosa, más clara, sabrás qué hacer pues te guiará, y por tanto, “te irá mejor”.
Insisto, palabras diferentes, que llevan al mismo lugar, a generar la adoración por un Dios interior al que se venera y se busca, para que consiga modificar tus circunstancias y tu vida a otra que te guste más.
Y esa espiritualidad egocéntrica obvia otras descripciones que describen sus experiencias como la desaparición de la existencia de uno en su interior, de la disolución de la identidad personal.
¿y qué queda si se disuelve la identidad personal?
Muchas personas pueden creer que esto es equivalente a la muerte o a un estado vegetativo, pero nada más lejos de la verdad. En ese momento, se observa con claridad el movimiento del cuerpo celeste llamado organismo humano, y su funcionamiento como resultado de la suma de fuerzas a su alrededor, es decir, un organismo al servicio de su contexto, como siempre fue, como siempre es, como siempre será.
Pero de momento, seguimos defendiendo que la tierra es el centro del universo y la generadora del movimiento que se observa.