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Flexibilidad psicológica

Cuando tenemos una situación de estrés o ansiedad, es decir, cuando se ha activado nuestra reacción de supervivencia la mente funciona con visión de túnel, esto es, se focaliza completamente en la amenaza y la posible estrategia de supervivencia, en ese momento no existe nada más. 

En el S. XXI cuando estamos en esta situación de tensión nuestra mente hace lo mismo, crea un único pensamiento que tiende a ser de esos denominados negativos, que en realidad es un pensamiento de supervivencia, pues nos maximiza la posibilidad de amenaza para “obligarnos” a ponernos a salvo.

Las terapias cognitivas afirman que se basan en el cambio de pensamiento para cambiar la emoción y la conducta. No negaré aquí la utilidad del cuestionamiento de pensamientos automáticos, pero reflexionaré sobre los mecanismos que realmente la hacen útil.

Observemos que difícilmente una sesión de terapia cognitiva acaba destrozando el pensamiento original y con uno alternativo perfecto, y aún así es útil. Lo que ha sucedido es que hemos perdido credibilidad en el pensamiento original y le damos oportunidad a otras posibilidades, esto se denomina flexibilidad cognitiva.

Si esto es así, el poder de los pensamientos no es tal, pues, incluso aunque la persona siga teniendo el mismo pensamiento automático, al dotarle de menos credibilidad, puede optar por otras actitudes a las que venía mostrando.

Durante el proceso de cuestionamiento, si el terapeuta no ofrece una actitud agresiva, el paciente tiene la oportunidad de observar, darse cuenta de su pensamiento automático. Además, en ese contexto de seguridad, puede contrastarlo con la realidad, añadiendo con datos complementarios que cuando pensamos rápido y con estrés no se tienen en cuenta. 

El resultado es que la persona, ha podido crear diferentes posibilidades, y en consecuencia, si varias cosas podrían ser posibles, la original no tiene porqué ser completamente cierta.

A nivel emocional, el proceso de cuestionamiento emocional es igualmente interesante, pues le ofrece a la persona la oportunidad de estar en contacto con la emoción asociada a la cognición pero sin tener la obligación ni de actuar ni de defenderla (salvo que el terapeuta tenga una actitud rígida). El resultado es un tiempo de estar en contacto con el malestar, haciéndole espacio, y a medida que se agrieta el pensamiento automático la emoción también cede, pues en conjunto la interpretación original pierde poder, credibilidad.

Pero, todo esto no tiene porqué tener una consecuencia si no lo enfocamos hacia una nueva actitud. Invitamos a la persona a que se plantee, si el pensamiento original no fuera cierto o no tan cierto, ¿Qué acciones o actitud diferente estarías teniendo en esas situaciones?

Y cuando se suma la flexibilidad psicológica, la emocional y la conductual, al conjunto lo podemos llamar flexibilidad psicológica, que podríamos definir como la habilidad de no dejarse convencer por nuestra reacción automática.

Imagen de Gerd Altmann en Pixabay 

Nuevas redes, nuevos caminos.

Nuestras experiencias previas, tanto las tempranas como las más recientes, han moldeado nuestra neurología creando unos patrones habituales que en determinadas circunstancias se activan de forma automática.

La terapia pretende poner atención y justificar estos patrones para que la persona los pueda observar. Además, se explican desde una perspectiva evolutiva para desculpabilizar que no soy yo el que funciona mal, si no que, dadas unas determinadas circunstancias, es biológicamente razonable que mi sistema nervioso haya adoptado esas estrategias.

Una vez revisada la biografía de nuestro sistema nervioso, y habiendo empatizado y mostrando una actitud compasiva, llega el momento de la práctica, llega el momento de estar dispuesto, o como diría Byron Kattie, “estoy deseando”.

Estoy deseando que pase lo que he procurado evitar para que mi sistema se active y poner en práctica observar la reacción automática y moldear cariñosamente mi actitud hacia un nuevo patrón, más actual sobre mí mismo, más alejado de las circunstancias que crearon mis antiguos mecanismos protectores.

En terapia, se proponen diferentes ejercicios y prácticas que pretenden ser el entrenamiento de estas habilidades, aprender a estar en contacto con el malestar automático sin dejarse arrastrar y progresivamente ir creando una nueva actitud.

¿por qué a veces sufro sin que suceda nada fuera?

Si el pensamiento no es la causa del sufrimiento ¿por qué a veces sufro sin que suceda nada fuera?

No pretendo cuestionar tu experiencia. Entiendo que vives que el pensamiento está implicado en el sufrimiento, y es cierto, lo que trataba de mostrar en el anterior post es que el pensamiento no es la causa. Solo te propongo que revises tu experiencia con los pensamientos desde unas óptica diferente, voy a intentar responder a tu pregunta de porqué a veces sufrimos sin que parezca que suceda nada afuera.

En primer lugar, recuerda que para que el sistema de solución biológica se ponga en funcionamiento, no es necesario que suceda nada fuera sino que también puede activarlo algo que sucede dentro. A veces nuestras sensaciones corporales, una emoción u otros pensamientos pueden disparar nuestra protección porque son eventos internos que tenemos conectados con amenaza. “Si pienso esto es que estoy deprimido o sufro esquizofrenia”, “si siento esto es que estoy loco”, “esto es un síntoma de una grave enfermedad. 

Por otro lado, el modo solución de problemas se puede quedar “enganchado” funcionando incluso cuando el problema no está presente o está resuelto si hemos tenido un fuerte “susto” o “agresión”. Es como si el sistema nervioso viviera en el pasado constante, es decir, es incapaz de darse cuenta que el problema ya pasó.

Una tercera opción es que la mente trata de encontrar una solución para que ese conflicto que tanto  asustó no se vuelva a repetir. Así, aunque el conflicto no esté presente, frente al mínimo indicio que pueda reaparecer, se activa el modo lucha/huída.

En conclusión, lo que vemos es que una vez más el sufrimiento o malestar que genera el pensamiento parece ser por el esfuerzo por una solución que la causa del problema. Recuerda, vuélvete un observador curioso del sistema nervioso con el que convives.

Los pensamientos no son la causa del sufrimiento

NEUROCEPCIÓN, mi palabra preferida. Término acuñado por Porges.
Durante muchos años vengo defendiendo que los pensamientos no son peligrosos, y ni siquiera la causa del sufrimiento. La neurocepción viene a confirmar esta segunda afirmación.
Porges lo define como un mecanismo encargado de identificar los indicios, señales de amenaza tanto dentro como fuera de nosotros. Lo realmente interesante es que afirma que es un mecanismo pre-verbal, pre-consciente. Es decir, la percepción de seguridad o amenaza y la reacción de adaptación de tu organismo es previa e independiente de tu línea de pensamiento lógica, racional y consciente.
Las consecuencias no son menores porque destruye el estatus en el que nuestra cultura racionalista ha situado al pensamiento como eje central y causa del sufrimiento humano. De hecho, el supuesto pensamiento negativo cuando se analiza en términos de conceptualismo funcional (ACT) se muestra no como causa del problema, si no como un intento de solución ineficaz en esa circunstancia concreta.
Desde esta posición, asumimos el pensamiento protector (¿negativo?) como un síntoma de la tensión de mi sistema nervioso. Si estoy teniendo estos pensamientos es porque mi mente cree que debe protegerme de una forma u otra. E indagamos ¿qué trata de proteger este pensamiento?, ¿cuál es su función?, ¿cuál es su intención?, ¿qué tendría qué hacer o suceder para resolver este pensamiento o para que ya no tuviera sentido?
Otras preguntas que nos permiten continuar observando son ¿Qué ha sucedido que ha puesto a mi sistema nervioso en alerta? ¿Cómo ha llegado mi sistema nervioso (experiencias previas) a la conclusión de que esta situación es amenazante?
Así, cuando asumimos la neurocepción, no tenemos más opción que volvernos en observadores curiosos de las reacciones de mi sistema nervioso, tratar de entenderlo, respetar sus características particulares, revisar tu historia desde su punto de vista y calmarlo.

Gracias Ego

Estoy disfrutando de unos días de vacaciones con mis hijos y he podido escuchar algún audiolibro con interesantes enfoques y propestas terapéuticas. Pero siempre que leo o escucho estos libros que contienen cierto aire espiritual me asalta la confusión. No entiendo porqué los autores nos señalan a la apertura a la confianza, mientras nos muestran al ego como un enemigo peligroso que es quien nos esta perjudicando la vida. De aquí han surgido varios post en instagram y finalmente este, que no es mejor , pero que es demasiado largo para la red social.

Durante mucho tiempo vivió en una modesta casa, con lo justo para no congelarse y protegerse de las inclemencias del tiempo.

Con los años prosperó. Primero compró un terreno, en el que poco a poco, a medida que disponía de capital, iba construyendo su futuro hogar. El resultado, tras largos años, fue una bonita casa nueva con todas las comodidades imaginables para la época, podía tocando un botón, conseguir que pareciera en el interior invierno en verano y viceversa.

Décadas después, por casualidad pasó por delante de su vieja casa. En aquel mismo momento, la ira brotó y decidió que conseguiría destruirla, quemarla, aplastarla, pues no era la casa que merecía. Era una mala casa, una casa perjudicial.

Permitidme tomar las anteriores líneas como metáfora para eso que llamamos ego o mente. Cuando culpamos al ego, cuando le responsabilizamos del sufrimiento y de las limitaciones de nuestra vida, a quien estamos pretendiendo expulsar no es más que nuestro antiguo hogar, el que nos salvó cuando no teníamos nada más.

Es cierto que tuvimos que hacer muchas adaptaciones y hubo muchos condicionamientos, pero en aquel momento no disponíamos de mejores circunstancias y habilidades, y esa fue, sin duda, la mejor respuesta que pudo lograr nuestro sistema nervioso. 

Te felicito si la vida te ofrece la posibilidad de habitar una casa más confortable, pero ¿qué motivo hay para tratar mal a nuestros mecanismos de protección antiguos? ¿Por qué no celebrar cada uno de ellos y mostrar lo innecesarios que son en este momento? ¿Por qué no agradecerle la maravillosa labor de habernos mantenido vivos y darnos la oportunidad de cambiar en aquel tiempo?

Si algún día volviera a aquella vieja casa, deseo sentir gratitud por la protección y adaptación recibida por parte de mi mente. Aunque no fuera la que deseaba, fue la mínima necesaria para llegar hasta aquí. ¡Gracias! Sé que hiciste lo mejor que pudiste.

Te animo a que cada vez que veas tu ego, tu mente, tu patrón de pensamientos y emociones antiguos les des las gracias por el trabajo realizado, y poco a poco, les muestres que ahora vives en otro lugar, y ojalá las circunstancias y tus habilidades sean más favorables y te permitan habitar en paz ese nuevo hogar.

Aprendamos a dejar el pasado atrás con cariño, para poder seguir descubriéndonos.

¡No hace lo que yo le digo!

Recuerdo cuando empezábamos a utilizar los ordenadores y los procesadores de texto. Muchas veces nos frustrábamos y nos quejábamos afirmando “¡No hace lo que le digo!”

Vista desde fuera, esa queja siempre resultaba graciosa, pero probablemente todos la hemos pronunciado. Quien no le ha dicho, y le han dicho “¿sabes que no te escucha, verdad?”.

Poco a poco empezamos a plantearnos que el software estaba creado por unas personas que habían diseñado una serie de comandos y de lógica específicos para lograr que la máquina hiciera lo que tú deseabas. Es decir, si no lograbas lo que querías, es que no estabas entendiendo tú a la máquina, y si querías alcanzar tu objetivo debías dedicar energía a entender cómo lograr que te entendiera.

De alguna manera, la relación con nuestro Sistema Nervioso Autónomo es parecida. Muchas veces nos quejamos que no nos hace caso, que hace cosas sin lógica ni coherencia, y creo que estamos ante una situación equivalente, somos nosotros los que debemos detenernos y entender la lógica que lo regula.

Es cierto que nadie ha diseñado nuestro primate interior, pero es el resultado de miles de años de evolución, y todo lo que hace es porque de alguna manera facilita nuestra supervivencia en el mundo salvaje, aunque no sea muy útil en el zoo que resulta ser nuestra sociedad actual.

Enfadarnos con nuestro sistema de supervivencia, rogarle que deje de pensar o sentir de la forma que lo hace, difícilmente resulta útil.

Si queremos tener una mejor relación con esa parte de nosotros que regula la supervivencia, debemos detenernos y entender la lógica que existe en el monito que vive dentro nuestro. Agradecerle su labor y ayudarle a darse cuenta de las ocasiones en que sus estrategias no son útiles.

La mente como un GPS

Podemos entender la mente como un navegador gps que tratar de darnos las indicaciones para llegar a un punto determinado, en general, la supervivencia y, si es posible, la felicidad.
Con esta introducción puede parecer que las dificultades que tenemos para entendernos con nuestra mente no deberían existir, porque ambos, mi mente y yo, deseamos ir al mismo lugar.

El conflicto, no tiene que ver con el lugar de destino, si no con la configuración sobre cómo llegar a ese destino. 

No sé hasta que punto estás familiarizado con los GPS pero permiten variar algunos parámetros, por ejemplo, evitar peajes, o elegir entre la ruta más rápida o la más corta.

Imagina que tienes un GPS configurado para llevarte siempre por la ruta más rápida. Este patrón puede ser muy útil para llegar puntual al trabajo y las citas, pero ¿qué pasa en el ocio? 
Día festivo: decido ir a comer un pueblo de la costa y hacer una ruta hasta allí turística deteniéndome en diferentes localidades pequeñas. Bonita carretera secundaria que me permite ver el mar, que avanza en paralelo a una flamante autopista de 3 carriles.
¿Bonito, verdad? ¿Sabes cuál es el resultado? Un horror. 

Mientras el sol entra por la ventana del coche y observas el azul del mar, tu gps no para, insistentemente, de recordarte que vas por la ruta ¿equivocada?: “gire a la izquierda para incorporarse a la autopista”, “dé la vuelta para incorporarse a la autopista”. El mensaje puede ser tan cargante que a veces tenemos la sensación que el gps también tiene emociones y nos dice “¡te he dicho que gires de una vez!, ¿quieres ir a la autopista de una maldita vez?“.
Y eso no es todo, porque la insistente voz acaba por alterarte, y entonces… ¡Tú le contestas! Y cada vez en un volumen más alto, y el coche se convierte en un lugar ruidoso donde 2 ¿personas? se gritan sin escucharse.

Y tú dirás, ¿por qué no apagas el GPS o le bajas el volumen? Porque no se puede, no hay botón de on/off (para nuestra desesperación) y la configuración no es sencilla y no tienes acceso directo a ella.

Siendo así, puedes optar por discutirte con un GPS, o dejarle hablar sabiendo que te quiere llevar al mismo lugar que tú, pero por otro camino, con otras prioridades, con otras condiciones. Y en todo caso, si puedes llevarlo al taller (psicólogo) para ver si te pueden explicar la configuración, porque cuando la entendemos es un poco más fácil de tolerar. Puede que incluso, en el taller te puedan ayudar a modificar los parámetros para que se parezcan más a los tuyos, o al menos a bajar el volumen.

Deseo que esta metáfora te ayude entender mejor el funcionamiento de tu mente, como una herramienta de toma de decisión dentro tuyo, con unos parámetros antiguos (supervivencia en entorno salvaje) que no puede parar de funcionar porque está diseñada así, por y para tu bienestar, aunque en nuestro mundo del s. XXI en algunas ocasiones pueda generarnos más malestar que soluciones al ser sus indicaciones son muy diferentes de las nuestras.

Si tienes dudas sobre cómo funciona tú mente, y qué configuración tiene, siempre puedes contactar con este taller, y quizás pueda ayudarte.

Post patrocinado por:
Taller Multimarca Aceptación de Lo Que Soy
Revisión y configuración de sistemas de navegación para vehículos humanos.

El TRE® en psicoterapia

El TRE® es una sencilla técnica para la liberación del estrés y el trauma, que mediante unos ejercicios estimula el temblor, inicialmente del músculo psoas, y activa un mecanismo que poseemos los mamíferos para quemar el excedente de tensión en el organismo.

En Terapia de Aceptación de Lo Que Soy, el TRE® es un complemento perfecto para esas personas que ven como todos sus esfuerzos para buscar soluciones al malestar se acaban frustrando o convirtiéndose en otro problema añadido.

Cuando nos encontramos en un nivel de tensión, malestar y protección muy elevados, casi todos nuestros esfuerzos pueden caer del lado de la lucha y crear más malestar paradójico. En este punto, la aceptación se vuelve una quimera pues la persona trata de eliminar el malestar por la aceptación, y eso no es posible.

Para disminuir la intensidad de esfuerzo, y aumentar la eficacia y utilidad, en personas con niveles de tensión muy elevados, procuro incluir sesiones de TRE® que armonicen el Sistema Nervioso Autónomo para que las estrategias de aceptación tengan una mejor acogida, y mayor facilidad de aplicación.

Las emociones positivas también pueden ser negativas.

Lo reconozco, este título es puro marketing vacío. El título más adecuado podría ser algo así: “Las emociones agradables también pueden complicarnos la vida”.

Tenemos la costumbre de clasificar las emociones en positivas y negativas, como si unas fueran buenas y otras malas, cuando en realidad todas hacen su trabajo, tratar de: 

  • mantenernos con vida (las supuestas negativas) alejándonos del peligro, y 
  • hacernos la vida mejor (las positivas) acercándonos a la comida y otras necesidades y placeres.

Más recientemente, se ha potenciado cambiar esta clasificación nombrándolas desagradables (anteriormente conocidas como negativas) y agradables (las antiguas positivas). Es una fórmula más descriptiva y menos culpabilizadora, pero aún así, al ser “sólo” un cambio de nombre, las funciones de una nomenclatura antigua se transfieren a la nueva.

Como puedes observar, me siento más cómodo con la clasificación agradables y desagradables pues es más descriptiva de cómo nos sentimos, y no emite juicios ni fomenta la evitación emocional.

En mi práctica profesional y personal no utilizo ninguna de las clasificaciones anteriores. En su lugar, clasifico las emociones en Reguladas o Desreguladas.

  • Reguladas: son aquellas que podemos sentir con seguridad y confianza. Podemos darnos cuenta de cómo nos estamos sintiendo y tenemos la suficiente distancia como para poder decidir cómo actuar con independencia de la emoción.
  • Desreguladas: son las emociones que no estamos pudiendo sostener, que nos inundan y nos “obligan” a actuar de formas que no haríamos si no sintiéramos con tal intensidad. Nos generan inseguridad y desconfianza hacia nuestras emociones y hacia nosotros mismos.

Creo que esta clasificación, reguladas y desreguladas, es más interesante a la hora de establecer qué emociones tengo que trabajar. Normalmente queremos enfocarnos en las desagradables, incluso aunque no estén desreguladas, y lo entiendo pues sería maravilloso no sentirse mal.

Pero, volviendo al título de este post, es interesante darse cuenta de las ocasiones en las que las emociones desreguladas son las “positivas”. El funcionamiento de nuestro sistema nervioso condiciona que siempre voy a querer más de lo que me haga sentir bien, y ese es el principio de toda adicción.

  • Las adicciones son la necesidad de repetir un comportamiento que en el pasado me ha hecho sentir bien, y aunque pueda tener peligrosas consecuencias a largo plazo, el placer o bienestar inmediato es tan intenso que me siento obligado a repetir la conducta adictiva.
  • La euforia puede ser tan abrumadora que arrastre a la persona a una escalada de aceleración conductual que puede tener consecuencias en el bienestar de la persona. Un ejemplo sería la fase maníaca del trastorno bipolar.
  • La esperanza puede hacer que la persona tolera ciertas actitudes poco respetuosas o incluso agresivas, de personas de su entorno esperando que cambien.
  • La paciencia o compresión excesiva, probablemente relacionada con la evitación de sentir rabia, nos puede, de nuevo, tolerar comportamientos que son inaceptables hacia nosotros mismos.
  • Para mantenerme en exceso en la calma y la tranquilidad puedo ir dejando de lado ciertas actividades y relaciones que aún siendo nutritivas y valiosas para mi vida, también me generen cierto grado de inquietud o nerviosismo. 

El porqué de este texto es permitirnos ver que la emoción negativa o desagradable no es enemigo per se, y dejar de pelearnos con ellas sólo porque no nos gusten. Para descriminalizar a la emoción desagradable he querido mostrar el otro extremo, de cómo sentirse demasiado bien puede ser tan o más problema, eso sí, más agradable.

No se trata de qué signo tengan las emociones que siento, si no de hasta que punto estoy presente cuando me acompañan, para seguir tomando YO las decisiones de mi vida cotiadana.

Defusión cognitiva

Hace unas décadas, la terapia cognitiva tuvo gran éxito al situar al pensamiento como causa del sufrimiento psicológico. Años después, los psicólogos, asumimos que no es tan literal y que los factores conductuales son tanto o más importantes que el pensamiento.

Pero, en nuestra cultura ha calado muy profundo situar al pensamiento en el centro, como el responsable del sufrimiento o el éxito. A esta inercia de la terapia cognitiva, se han sumado otras muchas influencias del crecimiento personal y la espiritualidad que han otorgado un estatus de deidad al pensamiento, al considerarlo agente creador de la realidad, de tu realidad. Rezan: «lo que crees, creas».

Estas influencias redundan en nuestra tendencia biológica al control emocional. Así, asumimos que es importante no tener pensamientos negativos y acumular otros mucho más positivos (en este vídeo puedes revisar porqué tenemos tendencia al pensamiento negativo y porqué en realidad es un mecanismo protector).

A todo esto le sumamos un lenguaje que identifica constantemente a la persona con su pensamiento, por ejemplo “¿por qué piensas eso?”.
El resultado es una cultura psicológica con tendencia a la “fusión” cognitiva, es decir, identificar a la persona con su pensamiento, y así dotar a este último de gran importancia y poder.

La consecuencia es una fuerte tensión introspectiva. La persona se autoobserva procurando identificar y limitar los pensamientos negativos, sintiéndose responsable, el pensador. Al no lograrlo, y observar como su vida no se transforma, se siente culpable y tiene aún más pensamientos desagradables sobre si mismo, que iniciarán una escalada cada vez más intensa de esfuerzo y sufrimiento.

En este contexto, la terapia de aceptación es un contrapunto, pues aborda la cognición desde una perspectiva diferente. No se trata de tratar de tener un pensamiento u otro, si no de qué importancia o credibilidad (no creencia) le otorgo.
Desde esta posición se entiende el pensamiento automático como una respuesta de nuestro sistema nervioso a una situación en concreto. Es decir, la mente tiende a crear pensamientos similares en contextos parecidos, y esta forma de proceder depende de la configuración de nuestros mecanismos de defensa y de nuestra biografía.
Nada de dioses, las cogniciones automáticas son sólo patrones de conducta mental.

Así, en primer lugar, la terapia de aceptación apunta que “yo no soy el pensador”, si no el observador de los pensamientos creados por mi SNA. Esto no quiere decir que yo no pueda pensar deliberadamente, si no que gran cantidad de mis pensamientos son automáticos, es decir, reactivos al entorno, por tanto, involuntarios.

Si yo no soy el pensador, no soy el responsable de que esos pensamientos existan o dejen de hacerlo. Observarlos en mi mente tampoco me obliga a creérmelos ni dotarlos de credibilidad. En ese sentido, la terapia cognitiva es muy útil, pues su método nos puede permitir contrastar si YO estoy de acuerdo o no con el pensamiento.

La terapia de aceptación va más allá de al enfocarse en limitar la importancia de pensar de uno forma u otra. Este modelo presupone que el pensamiento no es más que eso, un “simple sonido en mi mente” que observo yo. Y al hacerlo terrenal, yo lo puedo ver, y puedo darme cuenta de la forma en la que me propone vivir esa cognición, y puedo decidir si hacerle caso o no.

Mientras los modelos que se centran el control cognitivo son estrategias que favorecen la fusión (identificación con los pensamientos) y dotan de gran poder a la mente, la terapia de aceptación potencia justo lo contrario, la defusión, es decir, el distanciamiento respecto de los pensamientos que pasan por mi mente, y de esta manera acotar la importancia que le damos a los productos de mi SNA.

Los modelos de fusión cognitiva nos plantean que para poder vivir de forma diferente necesito tener pensamientos diferentes, y es verdad que si lo fueran, todo sería mucho más fácil. El problema es que cambiar deliberadamente los pensamientos que crea mi mente puede ser una utopía con consecuencias desagradables para el bienestar de la persona.

Por el contrario, los modelos de aceptación postulan que mi conducta puede ser independiente del pensamiento. Para eso se dota de múltiples estrategias para quitarle importancia y mostrar que su poder reside en el respeto que le tenemos. Parte de la terapia está destinada a desmitificar la cognición e implicarse en tomar decisiones a pesar del pensamiento. Obviamente es teóricamente más difícil que simplemente cambiar el pensamiento, pero a la práctica es más honesto con el funcionamiento natural del sistema nervioso.

La defusión es un estrategia central para quitar la importancia a la cognición. La podríamos definir como el darse cuenta que yo existo con independencia del pensamiento. Mientras estos vienen y van, y pueden ser cambiantes según la situación, YO siempre soy el mismo.
Así, la terapia de aceptación nos invita a vivir desde Yo, tomando decisiones no sólo basadas en los pensamientos que pasan por mi mente, si no especialmente en quién soy yo, y cómo quiero recordar haber vivido, y con esto me refiero a qué acciones y actitudes deseo recordar que marcaron mi vida con relativa independencia de qué sucediera mi mente mientra vivía.

Te invito a relativizar la importancia que le das a tus pensamientos.