Defusión cognitiva

Hace unas décadas, la terapia cognitiva tuvo gran éxito al situar al pensamiento como causa del sufrimiento psicológico. Años después, los psicólogos, asumimos que no es tan literal y que los factores conductuales son tanto o más importantes que el pensamiento.

Pero, en nuestra cultura ha calado muy profundo situar al pensamiento en el centro, como el responsable del sufrimiento o el éxito. A esta inercia de la terapia cognitiva, se han sumado otras muchas influencias del crecimiento personal y la espiritualidad que han otorgado un estatus de deidad al pensamiento, al considerarlo agente creador de la realidad, de tu realidad. Rezan: «lo que crees, creas».

Estas influencias redundan en nuestra tendencia biológica al control emocional. Así, asumimos que es importante no tener pensamientos negativos y acumular otros mucho más positivos (en este vídeo puedes revisar porqué tenemos tendencia al pensamiento negativo y porqué en realidad es un mecanismo protector).

A todo esto le sumamos un lenguaje que identifica constantemente a la persona con su pensamiento, por ejemplo “¿por qué piensas eso?”.
El resultado es una cultura psicológica con tendencia a la “fusión” cognitiva, es decir, identificar a la persona con su pensamiento, y así dotar a este último de gran importancia y poder.

La consecuencia es una fuerte tensión introspectiva. La persona se autoobserva procurando identificar y limitar los pensamientos negativos, sintiéndose responsable, el pensador. Al no lograrlo, y observar como su vida no se transforma, se siente culpable y tiene aún más pensamientos desagradables sobre si mismo, que iniciarán una escalada cada vez más intensa de esfuerzo y sufrimiento.

En este contexto, la terapia de aceptación es un contrapunto, pues aborda la cognición desde una perspectiva diferente. No se trata de tratar de tener un pensamiento u otro, si no de qué importancia o credibilidad (no creencia) le otorgo.
Desde esta posición se entiende el pensamiento automático como una respuesta de nuestro sistema nervioso a una situación en concreto. Es decir, la mente tiende a crear pensamientos similares en contextos parecidos, y esta forma de proceder depende de la configuración de nuestros mecanismos de defensa y de nuestra biografía.
Nada de dioses, las cogniciones automáticas son sólo patrones de conducta mental.

Así, en primer lugar, la terapia de aceptación apunta que “yo no soy el pensador”, si no el observador de los pensamientos creados por mi SNA. Esto no quiere decir que yo no pueda pensar deliberadamente, si no que gran cantidad de mis pensamientos son automáticos, es decir, reactivos al entorno, por tanto, involuntarios.

Si yo no soy el pensador, no soy el responsable de que esos pensamientos existan o dejen de hacerlo. Observarlos en mi mente tampoco me obliga a creérmelos ni dotarlos de credibilidad. En ese sentido, la terapia cognitiva es muy útil, pues su método nos puede permitir contrastar si YO estoy de acuerdo o no con el pensamiento.

La terapia de aceptación va más allá de al enfocarse en limitar la importancia de pensar de uno forma u otra. Este modelo presupone que el pensamiento no es más que eso, un “simple sonido en mi mente” que observo yo. Y al hacerlo terrenal, yo lo puedo ver, y puedo darme cuenta de la forma en la que me propone vivir esa cognición, y puedo decidir si hacerle caso o no.

Mientras los modelos que se centran el control cognitivo son estrategias que favorecen la fusión (identificación con los pensamientos) y dotan de gran poder a la mente, la terapia de aceptación potencia justo lo contrario, la defusión, es decir, el distanciamiento respecto de los pensamientos que pasan por mi mente, y de esta manera acotar la importancia que le damos a los productos de mi SNA.

Los modelos de fusión cognitiva nos plantean que para poder vivir de forma diferente necesito tener pensamientos diferentes, y es verdad que si lo fueran, todo sería mucho más fácil. El problema es que cambiar deliberadamente los pensamientos que crea mi mente puede ser una utopía con consecuencias desagradables para el bienestar de la persona.

Por el contrario, los modelos de aceptación postulan que mi conducta puede ser independiente del pensamiento. Para eso se dota de múltiples estrategias para quitarle importancia y mostrar que su poder reside en el respeto que le tenemos. Parte de la terapia está destinada a desmitificar la cognición e implicarse en tomar decisiones a pesar del pensamiento. Obviamente es teóricamente más difícil que simplemente cambiar el pensamiento, pero a la práctica es más honesto con el funcionamiento natural del sistema nervioso.

La defusión es un estrategia central para quitar la importancia a la cognición. La podríamos definir como el darse cuenta que yo existo con independencia del pensamiento. Mientras estos vienen y van, y pueden ser cambiantes según la situación, YO siempre soy el mismo.
Así, la terapia de aceptación nos invita a vivir desde Yo, tomando decisiones no sólo basadas en los pensamientos que pasan por mi mente, si no especialmente en quién soy yo, y cómo quiero recordar haber vivido, y con esto me refiero a qué acciones y actitudes deseo recordar que marcaron mi vida con relativa independencia de qué sucediera mi mente mientra vivía.

Te invito a relativizar la importancia que le das a tus pensamientos.