Los pequeños placeres de nuestro día a día eran, no hace demasiadas décadas, los grandes placeres de un año o una vida. Y nos felicito porque sea así.
Pero esto tiene un efecto curioso sobre nuestro sistema nervioso.
Aunque lógicamente creemos que debemos estar satisfechos y contentos por la calidad de nuestra casa. Lo cierto es que tanta tasa de refuerzo positivo, de bienestar, de gratificación nos puede convertir en adictos al bienestar. En lugar de contentarse, de darse por satisfecho, a medida que aumenta la gratificación, aumenta la necesidad de mantenerla y de aumentarla.
El mejor ejemplo lo vemos con l@s niñ@s. Es común entre los padres la experiencia de ofrecerles un día especial, de hecho una vida especial, y en ocasiones, tras muy buenos ratos, los niñ@s parecen tener más facilidad para estar enfadados. De esta forma están pasando su “mono”, y nos están expresando, “necesito más de esto”.
Por ejemplo, los llevas a un parque de atracciones, y todo bien, mucha ilusión y emoción, que puede acabar volviéndose en contra. Pueden empezar a pedir golosinas, comer fuera, un juguete, más tiempo en las atracciones cuando cierra…. Y un día maravilloso se acaba convirtiendo en un momento de tensión para frustración de los padres.
De alguna manera, veo que a muchos adultos con buena calidad de vida, nos pasa un poco lo mismo. Queremos estar mejor, siempre con la atención puesta en lo que podría ser mejor, en lo que podría tener. Siempre con “mono” de más y mejor.
La paradoja de cuanto más tengo, más necesito.
Aunque no sea una receta perfecta, el “gracias” por las cosas que sí tengo, por las cosas que sí funcionan en mi vida, parece ser un buen contrapeso. Una forma consciente de equilibrar la tendencia de nuestro sistema nervioso a querer más bienestar y placer cuando ya ha tenido una buena dosis.