Muchas personas, (mal)entendiendo que la baja autoestima es sinónimo de no quererse, la relacionan con la depresión. Es decir, si no me quiero, tengo baja autoestima, es más probable que tenga depresión.
Hay algo de cierto en esa afirmación, pero no de la forma que habitualmente se entiende. No es que la baja autoestima sea un poso que va creciendo hasta llegar a un estado más intenso, la depresión.
Recordemos que como planteé en el post “la baja autoestima no es quererse poco”, el cuestionamiento personal es un mecanismo protector que procura avisarnos de las situaciones donde se puede ver comprometida nuestra imagen social y, por tanto, el aprecio que los demás nos tengan. Para protegernos, y mantener la protección de la manada, procuramos no asumir riesgos para no fracasar y ser cuestionados, y en última instancia rechazados.
Por tanto, creerse la baja autoestima (asumir que los pensamientos que nos cuestionan o infravaloran nos describen) y, en consecuencia, protegerse en exceso nos llevaría a un estilo de vida más rutinario, más pobre, con pérdida de oportunidades y vitalidad por el riesgo a fracasar.
Es este patrón conductual de exceso de seguridad, de cautela y de pasividad, lo que realmente repercute en cómo sentimos nuestra vida. El empobrecimiento crónico al rechazar y alejarnos de las situaciones y decisiones que nos hacen sentir mal, puede hacer que la persona se desconecte del sentido de su vida y en consecuencia que el estado de ánimo baje.
Si frente a las oportunidades que me ofrezca la vida en diferentes ámbitos, una oportunidad profesional, el interés sentimental, nuevos grupos de amistad… adopto el patrón de protección y “para no hacer el ridículo”, “para que no descubran realmente como soy”, “para no fracasar”… renuncio a explorar esas posibilidades, el resultado es una vida plana, rutinaria y que sentimos que no desprende todo el brillo que podría tener. Dentro nuestro se almacena la pérdida, y a medio plazo es vivido como un fracaso menos intenso pero más crónico que haber sido rechazado.
Lo que trato de poner sobre la mesa son las causas últimas del bajo estado de ánimo, pues la terapia que elijamos dependerá de las causas que consideremos responsables del mismo.
- Si yo considero que la depresión nace de no quererme, voy a tratar de hacer crecer el amor dentro de mí con diferentes estrategias intrapsicológicas. Es decir, el resultado serían técnicas de introspección y autoconocimiento que pueden darme mucha información sobre mí mismo, pero que pueden cronificar aún más la desconexión con la vida externa.
- Pero si, por otro lado, creo que la depresión está relacionada con el empobrecimiento de mi vida por un exceso de cautela y renuncia a las oportunidades, procuraré aprender a arriesgar y estableceré un patrón de activación conductual, que son estrategias dirigidas a cambiar cómo vivo y no cómo me siento. Es decir, es un mecanismo conductual, dirigido hacia afuera que ha demostrado ser lo más eficaz en el abordaje del bajo estado de ánimo.
Afortunadamente, no tenemos la necesidad de elegir uno u otro enfoque terapéutico, porque pueden ser complementarios. Pero con demasiada frecuencia me encuentro que queremos solucionar los problemas sólo desde dentro, obviando cómo estoy viviendo hacia fuera.
La cultura del crecimiento personal, ese idea llevada al extremo de que la realidad refleja como tú eres, tomada literalmente, puede llevarnos a un excesivo examen personal interior que puede ser más problema que solución.
Retomando el título de uno de los libros de Steven Hayes “Sal de tu mente, y entra en tu vida”.