De un tiempo a esta parte, sentir todo lo que sucede en el «aquí y el ahora» se ha convertido en una estrategia terapéutica habitual.
Es una fórmula que ha tenido gran calado y eficacia en nuestra cultura psicológica, tanto es así, que la encontramos en modelos psicoterapéuticos muy dispares. En la ACT (Terapia de Aceptación y Compromiso) es uno de los 6 elementos clave de la terapia, la aceptación.
Y obviamente es una técnica interesante, especialmente en una cultura dada a identificarse con su mente.
Pero a la vez, como todo, necesita equilibrio para evitar los riesgos que esta estrategia puede conllevar. Si lo apuesto todo al sentir, si asumo que mi bienestar está detrás de permitirme sentirlo todo, voy a “abusar” con lo que puedo obsesionarme con lo que me sucede aquí y ahora como vía para que deje de sucederme lo que no deseo. La lógica sería, mi dolor es resultado de mi evitación, si dejo de evitar estaré bien.
Si asumo que el cambio vendrá “por si solo” cuando sea capaz de sentirlo todo, lo único que estoy creando es un patrón de introspección y, en consecuencia, de desconexión externa. Si abuso del sentir, lo que posiblemente consiga es que las experiencias internas, especialmente las desagradables, cobren mayor relevancia (y frustración porque siguen existiendo), es decir, sean estímulos discriminativos más potentes.
Todo esto nos puede abocar a un círculo vicioso ya que se van a agudizar mi sensibilidad interna, y también mi plan oculto de “necesito evitarlo», y como consecuencia, más dosis de “sentir para sanar”.
Por supuesto que sentir es necesario, así evito funcionar en modo automático, y que mis pensamientos y emociones habituales sean los que tomen las decisiones. Si soy capaz de “darme cuenta” de ese pensamiento o esa emoción, entonces tengo capacidad de cuestionarlo o de decidir sobre él.
Y he aquí, el factor clave para mí en terapia, la decisión. Sentir me permite familiarizarme, agrietar ese patrón de evitación emocional automático, y es un ingrediente imprescindible para que YO al darme cuenta del funcionamiento de mis emociones y pensamientos, decida qué hacer en una situación determinada.
El camino más sencillo que se me ocurre para llegar a esa situación, es lo que denomino “recuerdos futuros”. Se trata de verme a mi mismo, como si de una película se tratase, con los ojos de quien seré de aquí un tiempo.
Y la pregunta que me brota es ¿Qué película quiero recordar? ¿Cómo quisiera recordarme en aquella situación, con independencia de cómo me estuviera sintiendo?
No se trata de decidir cómo me sentía, o cómo desearía haberme sentido, ni siquiera de cómo me hubiera gustado que los otros me trataran, ni de qué circuntancias me tocó afrontar. Se trata de, dadas aquellas circunstancias, ¿cómo me sentiría orgulloso de quien fui?.
Así podemos enlazar con otro de los elementos terapéuticos de la ACT, los valores. Vivimos apegados a nuestras emociones, y sentir puede engancharnos más si no lo combinamos con otras fórmulas de distanciamiento y decisión vital.
¿Quién quiero recordar haber sido? Habitualmente cuando me voy al futuro, cómo me sintiera en un momento determinado es menos importante, y nos permite ver la situación de otra manera. El lugar más alejado en el tiempo al que puedas ir, probablemente sea ese segundo antes de morir, y mirar atrás, y pensar si estoy orgulloso de cómo he actuado dadas las circunstancias.