El plan oculto.

Parece que dándonos cuenta de que la vida, inevitablemente, tiene momentos de dolor, tratemos de impedirlos.

Parece que accedemos a la terapia, a la espiritualidad, al crecimiento personal o cualquier de sus variantes con un plan, más o menos oculto: separar lo bueno de lo malo, el dolor del bienestar, y lograr alejarlo de uno.

No se si alguna vez os he hablado de advaita. Me encanta esta filosofía, me fascina leer relatos personales de maestros “iluminados”, pues me acerca a una posición más terrenal de la iluminación, del dolor y la aceptación.

El maestro se presenta como alguien que simplemente ha “perdido” la capacidad de ser uno, de sentirse yo independiente, y por tanto, vivir con una mayor consciencia de que todo está unido.

Pero a la vez, aseguran que sus vida no han cambiado en absoluto por la “iluminación”. Siguen sucediendo episodios agradables y desagradables. Siguen existiendo los momentos de dolor inevitables. Lo que sí ha cambiado es la intensidad, el drama personal con el que se experimenta.

Estos relatos me han ayudado a dejar de “culparme” porque mi vida no sea como desearía que sea (siendo ya mejor de lo que podría haber esperado). Me han ayudado a calmar ese “tirano amoroso interior” que sigue creyendo que si yo soy mejor, mi vida será mejor. Que sigue creyendo que mi imperfección es la causa del dolor, que sigue confiando que el dolor es evitable.

Ese “tirano amoroso interior” sólo trata de que mi vida sea más maravillosa, y considera que el camino es presionarme para que yo sea mejor y que mi vida lo refleje. 

Sólo trata de señalar mi imperfección, mi vulnerabilidad, de captar la molestia o insatisfacción del otro para que la corrija y me sigas queriendo. 

Ha recibido mucha información en esa dirección que ha acabado creyéndose, tengo que ser mejor para que la vida me vaya mejor.

Desde hace ya mucho tiempo, trato de calmarlo, haciéndole notar que sólo soy un humano limitado. Que no puedo lograr todo lo que me propone o no todo inmediatamente.

Poco a poco, no vamos entendiendo. A veces, nos entendemos más, a veces menos. Yo puedo ver su lógica que un día fue la mía, y comprenderlo sin dejarme arrastrar, y parece que “él” va disminuyendo la presión. El resultado es la misma vida, con menos tensión interior.